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lunes, 30 de noviembre de 2015

SUPERÁVIT DE CRÉDITO



     Mi devoción por el proyecto de Pablo Laso siempre ha sido muy elevada. Ojo, más allá de resultados deportivos. Y con más fuerza en los malos momentos de su equipo, cuando perdió 2 finales seguidas de la Copa de Europa. Los habituales de este blog (¡gracias desde lo más profundo de mi corazón!) sabéis que para mí la etapa de Laso, ese proyecto general con muy buenos jugadores y con una propuesta baloncestística muy hermosa, siempre me ha encandilado. Y también que hace algo menos de un año la cagué bien cagada cuando escribí que percibía síntomas internos que evidenciaban que el Real Madrid del entrenador vitoriano daba sus últimos coletazos. Fue un error garrafal. Insisto una vez más: entiendo perfectamente que el deporte de élite está sujeto a los resultados, pero las opiniones vertidas aquí siempre han ido mucho más allá de un título más o menos. El Real Madrid de baloncesto del último lustro ha sido una bendición para el deporte.


     El baloncesto es increíble. Resulta que un equipo que lo ha ganado todo, que no le ha dejado a los rivales ni las migajas, ni el culo de la copa de vino, ni el gordo del filete, ni siquiera el último pedacito de la tarta de queso, y que además finalizó la temporada levantando todos los títulos con una superioridad insultante, pues sí, ese equipo tiene ahora serias opciones de ser eliminado en la primera fase de la Euroliga. Su balance de 2-5, sin victorias forasteras, con la nociva etiqueta de ser el peor defensor de los 24 participantes (86 puntos encajados por cita) no es casualidad ni mala suerte, sino que responde a defectos muy acusados que han colocado a los blancos en el balcón del abismo. Y podría ser peor sin aquella remontada ante el Bayern coronada con el triple de Carroll en los últimos segundos del envite. El actual campéon se la juega a principios de diciembre, que es como decir que Josef Ajram rompe a sudar a los 50 metros en una de esas carreras de centenares de kilómetros que desafían la racionalidad.
 


                                  
     Jueves 3 de diciembre, 20.45 horas. Atmósfera muy caliente en el Palacio, que sabe que le debe mucho a este equipo. Final en toda regla, sin abrazos al latiguillo del que abusamos los periodistas. El Madrid se la juega. Un triunfo no lo clasifica, pero lo desahoga. Una derrota lo podría dejar casi sin opciones. El hincha al basket merengue está acojonado, así, con todas la letras. Los síntomas del enfermo son preocupantes y además visita la calle Goya un equipazo con muy buenos actores y el entrenador que más ha ganado en la historia del baloncesto continental. Los de Laso han extravíado la actividad defensiva, sufren por la espalda de Rudy, anhelan al gran Llull, no encuentran la constancia del Chacho, no son capaces de cambiar el frac de Thompkins por el mono de obrero cuando el partido lo requiere, saben que Nocioni está lejos de la puesta a punto que logra en los momentos decisivos y añoran los imprescindibles intangibles de Don Masacre. Sólo Ayón (temporadón) y el nene Doncic (Dios mío de vida) sacan nota en este amanecer de curso.

     Creo que es el momento ideal de armar este artículo de opinión porque intuyo que lo que voy a escribir en los siguientes puntos no va a agradar a la mayoría de receptores:

1. Este Real Madrid merece la crítica. Para eso están los aficionados (propios y ajenos) y el periodismo. Muchas cosas han fallado para que un equipo tan potente tiemble como un funambulista en una ronda en la que un campeón se clasifica de paseo y en la que la competición te permite varios fallos. El lenguaje gestual de los jugadores, una de las claves del éxito, es ahora terrorífico. Caer en diciembre sería un gatillazo bestial, deportivo y también económico/institucional.

2. Creo que el Madrid se va a meter en el Top 16.
 
 
 
 
3. Pero ojo, aunque el Real Madrid cayera eliminado en esta primera fase y se viera abocado a no probar el jamón ibérico durante 10 meses, y tener además que afrontar con desánimo una Eurocopa que se convertiría en un enorme lastre mental para toda la sección, mi opinión es que ése sería precisamente el momento de reforzar un proyecto que le ha regalado la gloria al Madrid tras varios lustros de desgracias y sinsabores. Todos, desde el presidente hasta el abonado de la última fila del Center con nombre de entidad bancaria, deberían aparcar la amargura y consolidar un equipo netamente ganador. Ese vestuario tiene jugadores comprometidos y muy valiosos. Honestamente considero que tipos como Sergio Llull o Felipe Reyes tienen incluso el derecho a ser perdonados después de un enorme gatillazo. La frustración te puede llevar a quemar la casa en lugar de reformarla, o simplemente trabajar a destajo para activar el botón que iluminó ese hogar hasta convertirlo en el más acogedor del mundo. La verdadera fortaleza de los proyectos se ve en las derrotas. Hay equipos que por lo conseguido y por cómo lo han conseguido, aún manejan superávit de crédito deportivo. Uno de ellos es, sin duda, este Real Madrid de baloncesto.

     Posdata. Recordad, por favor, que antes del punto 3 venían el 1 y el 2. No daría nunca por muertos a estos tipos, sería una temeridad. Creedme que dentro de ese vestuario hay gente muy ganadora y con muchos huevos.



 

lunes, 23 de noviembre de 2015

SUEÑOS CAZURROS


     Nací en Madrid. Y estoy enamorado de esta ciudad. Bueno, en realidad mi amor lo reparto entre muchas ciudades, pueblos, países, gentes, paisajes, recuerdos, juergas y aventuras desperdigados por medio mundo. No hay mejor cultura que viajar y en eso, aunque siempre anhelas más y más, me siento un verdadero privilegiado. A lo que iba. Nací en Madrid porque el kilómetro 0 fue el cruce de caminos entre un papá pacense y una mamá leonesa. Pero los sentimientos internos de un ser humano poco tienen que ver con un DNI, así que yo realmente me siento leonés. Seguramente porque mi infancia y adolescencia están trufadas de nieve, caminatas por la montaña con mi añorado abuelo (el genuino Blas), ventas ambulantes en aldeas leonesas, carreras de sonrisas con la perrita "Chispa", cocidos antológicos para calentar cuerpo y alma y partidos interminables de baloncesto con un solo jugador (yo) en aquella cesta oxidada ubicada en pleno Valle de Sabero.
 
 
 
 
     Me gusta León. Adoro el frío. Presumo siempre que puedo de "leonesismo". Una ciudad hermosa, una provincia repleta de lugares para abrazarse a la felicidad y una gastronomía para llorar de emoción. Y claro, como fanático del deporte, los equipos de León activan mi corazón cazurro. Cazurro, qué gran palabra. Para muchos una etiqueta despectiva, para los leoneses una auténtica bendición y una seña de identidad. Mi niñez está salpicada de sueños de baloncesto, de las hazañas de aquel Elosúa León que quedaron sepultadas bajo la paupérrima gestión pública... y privada. Algo más duró el carrete exitoso del Ademar, que colocó al balonmano leonés en la élite continental. Los tiempos han cambiado, aunque afortunadamente el proyecto ha sobrevivido y aún nos podemos emocionar con las leyendas: Juanín en la pista y Rafa Guijosa en el banquillo. Y luego está la Cultural. Mi sagrada Cultural y Deportiva Leonesa.

     Mi abuelo era muy poco futbolero, él en verdad sólo vibraba con el ciclismo, pero ya saben que por un nieto se hace cualquier cosa. Así que le convencí para que me llevara al viejo Amilivia a ver aquel lejano Cultural - Viveiro de ascenso a Segunda B. 3-0. ¡Cómo disfruté! Enfundado en aquella gigantesca bandera de León que aún conservo, para mí estéticamente el símbolo más bonito del mundo. Allí activé definitivamente mi devoción por la Cultu, lo que me llevó a sumergirme en la historia. Qué lejos queda aquella única temporada en Primera. Ya sabéis que siempre me he identificado con los perdedores, así que mi pasión no ha disminuido en esta terrible década a caballo entre el bronce y la Tercera, con alegrías como el ascenso en Oviedo (allí estuve, qué pasada aquel lateral teñido de culturalismo) o tristezas como una situación institucional que dejó al club en cuidados intensivos. El periodismo me ha deparado paradojas increíbles, como tener que cantar con el alma un gol en el minuto 94 del Getafe (Pulido) en el Antonio Amilivia para enfado de mis paisanos de la grada.
 
 
 
 
     Ahora, enfilando el tramo final de este noviembre de 2015, la Cultural Leonesa vuelve a soñar. Segundos en el grupo I de Segunda B. 4 victorias y 1 empate en las últimas 5 citas. Aketxe goleando y Leandro con un cerrojo de granito en su portería. Juan Ferrando con una pizarra muy sólida, garantía de éxito en una categoría muy exigente y compleja. Y este leonés-madrileño, geográficamente más lejos de lo que le gustaría, siempre pendiente de los foros, resúmenes, periódicos leoneses, compañeros de las redes sociales y emisiones locales de las radios para saber qué hace su querido equipo. Es un buen momento para el culturalismo, hasta el punto de que ha nacido recientemente la Peña Culturalista de Madrid, en la que no me he podido involucrar más porque mis días, desgraciadamente, sólo tienen 24 horas. Activar un par de viajes forasteros para ver a la Cultu por España ya se convierte en ocasiones en un reto mayúsculo. Pero allá donde esté, la fábrica de sueños cazurros siempre estará trabajando. ¿Toca otro ascenso este año? León en vena. Siempre.