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miércoles, 27 de mayo de 2015

EL QUE VALE, LLEGA


     Cuando activé este blog (septiembre de 2012), reservé un espacio para mis rarezas. Una especie de cajón desastre en el que poder ubicar aquellos escritos que no guardan relación ni con el baloncesto ni con la actualidad… ni con nada. Vamos, un hueco para esos textos que son consecuencia de un impulso (Florentino dixit) o simplemente de una pedrada en la cabeza (Blas dixit). Éste es uno de ellos. Rareza en toda regla, hasta el punto de que ni siquiera va ir acompañado de una foto.
     
     Tengo 35 años, casi 36. Tengo trabajo. Trabajo sí, estable no. Más que nada porque en los tiempos que corren eso de la estabilidad es una gran milonga. He sido y soy un privilegiado porque firmé mi primer contrato laboral con 20 años y, de momento, seguimos en la pelea. Estoy muy satisfecho con mi predisposición al trabajo durante estos 3 lustros. Me gusta currar, qué demonios. Estoy encantado de dedicarme al periodismo, es lo que siempre he querido ser. He tenido la inmensa fortuna de poder seguir el proceso natural del ser humano: estudias, te formas, eliges un oficio, te sigues formando, practicas, trabajas y te ganas la vida de manera honrosa. Lo que debería ser normal para todos, ¿no? Hasta he podido cambiar de empresa por elección propia, algo ya poco habitual.
    
     A mis 35 años (casi 36) me siento mucho más cerca de la generación anterior que de la posterior. En realidad, me siento mucho más cerca de la generación anterior que de la mía propia. La mayoría de mis amigos de la profesión no han cumplido los 30, o si lo han hecho ha sido “antes de ayer”. Estoy cómodo incrustado entre la gente más joven. En la redacción de un medio de comunicación, siempre prefiero mirar antes al rincón que al despacho. Por eso me duele que muchos conocidos, algunos de ellos amigos, y unos pocos amigos de verdad, de esos que lo son para toda la vida, sufran en el limbo de la indiferencia.

   “El que vale, llega”. Qué enorme gilipollez. La calle está llena de gente válida, de personas con conocimientos y toneladas de pasión. Aquí hablo de mi oficio, que es el que más controlo, pero estoy firmemente convencido de que este argumento es extrapolable a cualquier sector. En el periodismo, mientras tótems y gurús de plastilina comandan shares, followers, vanidades y vaivenes de opinión, jóvenes terrenales de carne y hueso estiran sus sueños esperando que algún día cambie su suerte. Mientras escribo esto, tengo en la mente personas con nombres y apellidos, sé que si leéis esta rareza enseguida os vais a sentir identificados. Es una injusticia tremenda. Mi madre siempre me dice: “si me toca la Lotería, te monto una radio”. Y yo, cuando me lo dice, siempre pienso en 4 ó 5 personas con las que llevaríamos esa radio al fin del mundo.

    Llevo ya casi 3 meses en Radio Marca. Joder, el tiempo pasa muy rápido. Allí me he encontrado con gente muy, muy, muy, muy, muy, muy joven.  Esos chicos y chicas a los que llaman “becarios”, una palabra que a mí me repatea las pelotas. Son compañeros. Es más, en muchas ocasiones nos dan lecciones de ganas, inquietudes y labor. Para mí ha sido lo mejor en este amanecer de mi nueva aventura, quizás porque venía de un sitio en el que había déficit de inocencia y superávit de momias. Mola mucho trabajar con ellos, es muy fácil activarles luz en esos ojos que piden un simple guiño. En lo personal, me reconforta un millón de veces más un piropo de un “becario” que un halago de un jefe. Me encanta coincidir en la vida o en las redes sociales con algún compañero con el que trabajé durante un corto período en Onda Madrid, cómo lo pasábamos en aquellos veranos en los que éramos 4 gatos. Es un enorme orgullo que muchos de ellos recuerden aquellos momentos con una sonrisa.


    “El que vale, llega”. No. Pero intentadlo. Y si tenéis que cambiar el rumbo de vuestra vida, dejad siempre un pequeño hueco para alimentar vuestros sueños de periodistas. Mientras tanto, yo seguiré intentando enterrar la etiqueta “becario” y, sobre todo, animar a mi madre para que acierte con los números de la Primitiva, el Eurojackpot, el Euromillón y hasta la Quiniela Hípica.


lunes, 18 de mayo de 2015

UN EQUIPO ALEGRE



           ¡Qué fin de semana más extraño! Lo pensaba esta pasada madrugada, cuando terminaba de ver el Real Madrid – Olympiacos grabado. Me siento muy orgulloso de haber estado vinculado a la información de baloncesto en Onda Madrid durante 15 años. Muy, muy, muy orgulloso. Joder (perdón), infinitamente orgulloso.  Fue para mí un proyecto inolvidable que aguantó más allá de los resultados de los equipos madrileños.  La vida gira rápido y ayer me tocó ver la final por la tele y de madrugada. Gajes del oficio. Y además esto es lo de menos, qué demonios. Porque estas líneas son para reconocer y dignificar a un equipo alegre.

Este Real Madrid es una excelente noticia para el baloncesto. Escrito está en la derrota, pues con más motivo ahora que acaba de elevar al cielo la Copa más importante de todas. Este título esconde un enorme mérito porque muchos, yo el primero, pensábamos en diciembre de 2014 que este éxito era prácticamente una utopía. Pero el Madrid de Laso, y de Llull, y de Rudy, y del Chacho, y de Felipe, y de Nocioni, y de Ayón, y de Campazzo, y de todos los que estuvieron durante los últimos años y ya no están, ha  podido con todo… y con todos.

          
                 Un equipo alegre. En el juego y en todo lo demás. Un grupo de trabajo que se ha levantado después de algunos golpes bestiales, sobre todo aquella final perdida hace un año en Milán. Ese directo al mentón hubiera mandado a la lona a cualquier púgil. Pero no, este equipo se levantó y siguió buscando la gloria. Este curso puede hacer pleno, Copa de Europa incluida. Mérito infinito. 8 títulos para Pablo Laso y 12 finales de 15 posibles desde que se sentó (es un decir, desde luego) en el banquillo del Real Madrid.
           Este equipazo ha podido con todos. Con las decepciones, con las 2 finales de Euroliga perdidas de manera consecutiva, con las dudas de fuera… con las dudas de dentro. Porque me reafirmo en que Pablo Laso ha trabajado con un equipo en el que, de partida, creía menos que en el de la campaña anterior. Y en verano el kilómetro 0 mostraba unos dirigentes con escasa confianza en el técnico vitoriano. Y como he escrito en el amanecer de este artículo, antes de que el calendario cambiara el 14 por el 15 este enorme éxito rozaba lo quimérico. El Madrid ha manejado de maravilla los pequeños detalles, esos que al final te permiten campeonar. Con Bourousis y Mejri fuera de la rotación. Con Nocioni jugando su mejor partido siempre el día D. Con su mejor jugador durante el año, Felipe, protagonizando las 2 peores funciones del curso en la Final Four. Con Slaughter como actor secundario imprescindible. Sin salvadores y con mucha pizarra del entrenador. Una gestión de los pequeños detalles sencillamente espectacular.

        
              No lo hago en la derrota, tampoco quiero abrazarme sólo a los resultados cuando llega la victoria de un equipo ganador. Quiero insistir una vez más en que el Real Madrid de Pablo Laso, que está a punto de culminar su cuarta temporada como entrenador, es una bendición para el baloncesto y para el deporte  en general. Ha ganado. Ha ganado mucho. Y encima no ha ganado de cualquier manera, sino abrazándose a un estilo que durante muchos momentos ha convertido la sagrada cesta en una actividad de ocio. Como periodista cercano al baloncesto madrileño, he tenido el enorme privilegio de conocer a un grupo de empleados que merece la felicidad. El vozarrón del doctor, la bondad del preparador físico, la nobleza de los utileros, la simpatía de los fisios, el cariño del delegado o la amistad del jefe de prensa. Creedme, esos también son equipo. Un equipo alegre. Un equipo que después de levantar la Novena regala felicidad.