Siempre me pasa lo mismo. Cuando
España protagoniza un gran batacazo en cualquier deporte, durante las horas
siguientes tengo la necesidad compulsiva de escuchar, ver y, sobre todo, leer
mucho sobre el asunto en cuestión. 5 horas de sueño me han servido para recibir
con lucidez los análisis de compañeros periodistas como Fernando Ruiz, José
Joaquín Brotons o Ruben Uría. Enfoques muy diferentes, lo cual siempre
enriquece al receptor. Seguro que a estas horas aún se me escapan buenas
crónicas y reflexiones de una de las derrotas más severas de la historia del
baloncesto español. No dudéis en enlazarme contenidos propios o ajenos en los
comentarios si lo estimáis oportuno, estaré encantado de leerlos. Aquí va mi
opinión, moderadamente limpia a pesar de tanta lectura.
Ha sido una terrible desilusión,
una decepción mayúscula. El qué, caer, y el cómo, inferiores, derrotados y sin
recursos ante una Francia excepcional a lomos de un Collet superlativo. El
campeón de Europa preparó muy bien la cita. Sin Parker, pero con Diaw, cuya
inteligencia siempre se impone a su físico. La primera parte del “gordito” galo
fue deliciosa. Tras el 0-8 inicial el único guión español fue la angustia, un
impostor en cualquier eliminatoria de “me quedo o me voy”. Una ansiedad que se
transmitía en el juego, en los gestos… y en el altísimo hombre barbado que aún
es Seleccionador Español de baloncesto.
Juan Orenga. El gran señalado.
Discutido desde su llegada al banquillo por su escasa experiencia y su nulo carisma.
No rebato lo que ahora es una obviedad. Fue superado por el partido, por la
cita mundialista… y posiblemente por el cargo. Aquellas críticas severas a
Sergio Scariolo parecen ahora un parque de bolas comparado con la censura
unánime a las cualidades de Orenga. Lo que se le pide al director de un equipo
con actores tan buenos es que en los momentos difíciles saque del baúl táctico
un recurso. Una zona, un Felipe… un algo. Y ahí Orenga ha fallado con
estrépito. Espero con avidez la comparecencia pública de José Luis Sáez mañana,
pero la continuidad del actual seleccionador parece sólo tener cabida en una
película de ciencia ficción. De todos modos, creo que es necesario escribir que
reducir la explicación a la labor del entrenador es simplista.
No es normal que ni en el peor
día de sus vidas Marc e Ibaka perpetren un 2/14 en tiros de campo. No es normal
que la España de Navarro, Rudy, Llull, Calderón o Chacho firme un “no la
metemos ni en el Océano Pacífico” cuantificado en un 2/22 desde el perímetro.
No es normal que 5 de los 9 jugadores españoles que participaron terminen con
valoración negativa. No es normal que treintañeros con el culo “pelao” y 1000
victorias en el zurrón transmitan esa angustia dolorosa. No es normal que un
equipo con tanto oficio sea incluso incapaz de sacar provecho de las eternas
muescas caseras de Lamonica. No es normal que un conmovedor y (semi) lesionado
Pau Gasol sea el único asidero al que agarrarse cuando la carretera se empina. Nada
fue mínimamente normal, por eso esta función ya está en el buzón de los
horrores de nuestro basket.
Frío como el hielo, sentado
delante de esta pantalla de ordenador, apedreando con fervor el teclado,
comparto con vosotros que creo que a esta generación aún le queda una bala. Pero
claro, ¿qué bala? Ya no acudimos con la etiqueta de campeón, ese código de
barras que te clasifica automáticamente para los siguientes grandes
campeonatos. Ahora hay que jugar en Francia el verano que viene para estar en
Río de Janeiro al siguiente. Y si no presentarse en un Preolímpico en el que ni
de lejos acudiría el mejor equipo posible. Dudas, muchas dudas. Incógnitas,
demasiadas incógnitas. Un bajonazo de dimensiones siderales que necesita decisiones,
renovaciones y objetivos que alimenten la inconsolable pesadumbre de los
aficionados españoles.
Gancho
este para hablar de un asunto colateral, pero trascendente. No he estado
presente en ningún partido de España en esta Copa del Mundo. No tiene ninguna
importancia, pero como este blog es personal me tomó la licencia de confesar que
ha sido jodido estar tan alejado de un equipo con el que he disfrutado con
pasión gracias a mi profesión. El hecho de no haber acudido al palacio minimiza
el valor de mi opinión, pero desde el respeto necesito decir que, en general,
el ambiente en la Fase Final me ha parecido impropio de una cita de esta
magnitud. Demasiados globos (¡¡¡incluso en mitad de la interpretación de los
himnos!!!) y poca garganta. He tenido el privilegio de visitar muchas canchas
de Europa y creedme que en estos eventos la grada suma puntos. Desde el sofá de
mi hogar (para ser sincero la mitad del partido lo vi de pie) el Palacio me
transmitió una gelidez asombrosa. José Luis Sáez ha de reflexionar sobre esto.
No es de recibo que al baloncesto le invada ese “gañote” obsceno al que le da
igual un partido de basket, una corrida de toros, un desfile de modelos, la
inauguración de una tienda de canes o una pelea de gallos de corral. Y lo peor
es que no sorprende a nadie.
Ganar en el deporte es muy
difícil. No os digo nada ganar (casi) siempre. Aunque seas muy bueno. Aunque estés
a la altura del mejor. El deporte es “pequeños detalles”. Esta generación
dorada también ha contado con la alianza de esos instantes concretos para poder
abrazarse eternamente a la etiqueta de legendarios. Aquel triple de Nocioni o aquellos
minutos de acojone puro contra Gran Bretaña en Polonia 2009. Me aferro a la
necesidad de que esto no sea un “The End”, sujeto con todas mis fuerzas ese
telón que está a punto de bajar para siempre. Pero si es el final de un ciclo,
ahí están 2 Europeos, 1 Mundial, 2 Platas Olímpicas y la inefable intangibilidad
de haber sentido en 2008 y en 2012 la convicción de que estos “cabrones” iban a
ganar a la mejor Estados Unidos. Eso no me lo quita nadie, eso no nos lo quita
nadie. Eso quedará para siempre. Ahora es el momento de tomar decisiones para
renovar objetivos. Una transición que la escasa cultura deportiva de este país
convertirá en una agonía.