Cada día que pasa soy más de personas y
menos de proyectos. Más de pequeños detalles y menos de palabras y discursos
vacíos. Más de amigos y menos de equipos. Más de abrazos y menos de grandes
declaraciones de amor. Quizás por eso soy absolutamente incapaz de medir a los
equipos sólo por los resultados. No quiero, no me apetece, no me da la gana, me
niego en rotundo. No, no y no. Sí, ya sé que cualquier equipo que participe en
cualquier competición deportiva busca un objetivo, y ese objetivo pasa por
conseguir resultados. Pero yo, convencido 100% de que al mundo le sobran resultadistas,
me aferro a destacar el cómo... incluso aunque al final la gloria esquive a ese
equipo que pretende lograr su objetivo.
Un análisis puede cambiar en una décima de
segundo. Si Llull no hubiera metido aquella cesta, o incluso más, si Tomic
hubiera embocado la bola en el aro en su último palmeo, Pablo Laso y su
proyecto hubieran sido zarandeados, criticados con dureza. Eso lo sabéis todos,
eso lo sabemos todos. Todo por un partido menos que al final supondría un
título menos. El 40 de 42 (ahora es 41 de 42) no serviría, y mucho menos el
legado inmaterial que está dejando este Real Madrid de baloncesto. Es el
ejemplo paradigmático del resultadismo llevado hasta las últimas
consecuencias. La muñeca de Llull lo cambió todo. Nadie se acuerda de lo mal
que gestionó el Madrid el partido en el último minuto, ni del enorme orgullo
del Barcelona para levantar la final, ni de que durante muchos minutos de la
final se impuso claramente la pizarra de Pascual. Laso pasó de villano a dios
en una décima... la misma décima que algunos hubieran utilizado para
arrastrarle al patíbulo. No es la primera vez, os he contado en alguna ocasión
que estoy firmemente convencido que si su equipo no llega a campeonar en
la final ACB, el vitoriano no estaría en el banquillo del Madrid.
Supongo que el aficionado madridista pide
títulos y más títulos. Pero yo, que sigo este maravilloso deporte desde el otro
lado de la barrera, defiendo que lo que está haciendo este Real. Madrid de
baloncesto es una genialidad. Con Copa o sin ella, con Euroliga o sin ella. Es
un equipo divertido, es una enorme dosis de alegría para el aburrimiento
cotidiano, es el paraíso del talento, es la libertad de los genios. Como bien
escribió mi admirado Antoni Daimiel, este Real Madrid es la oferta de ocio más
importante de la ciudad de Madrid... y eso es mucho decir.
En el deporte la memoria es de usar y
tirar. Poca gente recuerda cómo cogió este equipo Pablo Laso, lejos de ser la
primera opción de la sección y mirado con toneladas de escepticismo por el
aficionado merengue. 2 años y pico después es adorado por el hincha que
acude al Palacio. Que tiene un equipazo, verdad. Que también se la ha
jugado con actores (Slaughter, Mejri, Darden) que eran observados con recelo,
también. No tengo ni la menor idea de los títulos que se va a llevar a la
buchaca Pablo Laso como entrenador del Madrid (lleva ya 5), pero lo que sí sé
es que su equipo está siendo capaz de meter más de 11000 espectadores en cada
velada del Palacio de los Deportes. Gente que se lo pasa bien, pero que muy
bien. Más allá de colores, todos los apasionados de este bendito deporte
gozamos con la manera de jugar de este Real Madrid.
El otro día me decía un entrenador de
basket que seguro que Laso estaba mosqueado con la última jugada de Mejri en el
choque contra el Zalgiris. Por curiosidad, cuando llegué a mi casa la volví a
ver, pero fijándome sólo en la reacción del entrenador. Si estaba enfadado, lo
disimuló muy bien porque lucía una sonrisota de oreja a oreja. Vamos,
que se estaba descojonando. Él, pizarra en mano, también bendice el showtime
porque sabe que el baloncesto es para la gente. Los libros de historia
reflejarán en un futuro si este proyecto alza la Copa de Europa. Eso sería el
legado material, el que ocupa lugar en las vitrinas de un club. Pero para mí el
otro legado, el inmaterial, ya está conseguido. Yo le doy más valor porque es
el legado que invade sin pedir permiso el corazón de los amantes del
baloncesto. Y porque hace que equipazos como el Barcelona se dejen la
vida y luchen hasta el final por derrocar al gran equipo del momento. El legado
romántico, el legado intangible, el legado que hace sentir, admirar o incluso envidiar
esa monstruosa forma de jugar al baloncesto. Si al final no queda
reflejado en los libros de historia, que por lo menos tenga un hueco en este
blog del un pirado del baloncesto.