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lunes, 16 de septiembre de 2013

BENDITA COPA DE EUROPA


     Han pasado ya más de 100 días desde aquella gran final de Champions entre el Bayern Múnich y el Borussia Dortmund. Fue mágico comprobar cómo la mítica catedral de Wembley acogió a dos de las hinchadas más maravillosas del mundo. Un gran partido en el césped con una atmósfera inefable en las gradas de uno de los templos mundiales. Una final de la Liga de Campeones es como un bocata de jamón ibérico en Monesterio (Extremadura). Una delicia. Pura Copa de Europa, puro fútbol, pura pasión.

     Casi  4 meses después ya está aquí la mejor competición de clubes del mundo. No te das cuenta de lo que la extrañas hasta que los martes y los miércoles están huérfanos de balompié continental. Sobran alicientes futbolísticos, pero la Champions es mucho más que un balón y 22 tipos pisando la hierba. Es un himno capaz de ponerte la piel de gallina, de elevar tus mecanismos emocionales hasta niveles extremos. Son estadios legendarios... y también el encanto de aquellos estadios que a duras penas cumplen con los requisitos básicos. Es el gusanillo de los aficionados que reservan sus vuelos 5 minutos después de conocer el desenlace del sorteo. Si eres hincha de la Real o del Atleti experimentarás la enorme ilusión del que se estrena... y del que vuelve. La Champions es la música atronadora que suena en el estadio justo antes de la salida de los equipos. Es un espectáculo sin parangón, una religión para los que estamos rematadamente locos... por el fútbol.
 
 
 
     Los trasatlánticos europeos están listos para pelear sin descanso durante los próximos 8 meses. Bayern, Barcelona, United, Real Madrid, Chelsea, Dortmund, Nápoles, Arsenal, Juventus, Atlético de Madrid, City, PSG, Oporto o Milan. Y los astros ya están listos para volver a erigirse en actores principales de un espectáculo maravilloso. Messi, Cristiano, Arda, Higuaín, Robben, Lewandowski, Neymar, Bale, Ibrahimovic, Villa, Vidal, Cavani, Iniesta, Ramos, Carlos Vela, Ribery, Mkhitaryan, Ozil, Valdés, Neuer,  Hazard, Van Persie, Kevin Prince Boateng, Jackson Martínez... y muchos más. Y asistiremos a la actuación estelar de algún tapado que nos sorprenderá a todos. Y a la presentación en la sociedad más elitista del fútbol de un ramillete de futbolistas hasta ahora más desconocidos. La Champions da para eso y para mucho más.

     Os voy a confesar un secreto. Después de estas parrafadas que os he soltado, para mí sólo hay dos cosas imprescindibles para seguir disfrutando de este gran show llamado Champions. 1) Que el Celtic de Glasgow se haya clasificado, así puedo seguir idolatrando ese templo llamado Celtic Park y admirando a la mejor hinchada del Viejo Continente. 2) Que el dios del futbol me deje llamarle a esta competición Copa de Europa. Como toda la vida. Bendita Copa de Europa. Qué gane el mejor. 

 

martes, 10 de septiembre de 2013

SIEMPRE ENTRE LOS MEJORES


     Jornada de descanso en el Eurobasket de Eslovenia. Impasse entre la primera y la segunda fase, un respiro en este campeonato demasiado largo para jugadores, técnicos y aficionados (me incluyo en este último colectivo porque me faltan apenas unos cuantos centímetros para ser un escolta matador). Un buen momento para analizar el presente y para recordar un pedazo del pasado. En el presente y en el pasado (lo del futuro requiere una bola de cristal, aunque resulta evidente que será imposible mantener este nivel), la Selección Española de baloncesto dibuja obligatoriamente una gran sonrisa en su historial de éxitos.

      He tenido la inmensa fortuna de vivir in situ y contar por la radio unos cuantos campeonatos de basket. Ahora lo echo muchísimo de menos, incluso más de lo que imaginaba. Cómo me gustaría vibrar con esa mezcla mágica que forman el baloncesto y el micrófono. Siempre tuve claro, en cada torneo que pude cubrir en directo, que podía ser el último, por eso lo disfruté al máximo junto a mis compañeros y nuestros oyentes. El destino me ha sonreído porque he tenido la gran suerte de disfrutar del mejor momento de la historia del baloncesto español. Eso quedará para siempre en mi álbum vital, en esa galería de recuerdos que nada ni nadie nos puede robar.
 
 

      A lo que iba. La España de basket es la leche. Asistimos al Europeo más abierto que recuerdo. Ninguna selección, tampoco España, exhibe ni siquiera una ligera superioridad sobre las demás en ese amplio abanico de candidatos a las medallas. España, Francia, Lituania (cómo le temblaron ayer las canillas con Bosnia), Serbia, Eslovenia, Croacia, Italia y Grecia (ojo que pasa a la segunda ronda con 0 triunfos) aspiran a tocar “chapa”. Entre el oro y la octava plaza no existe una notable diferencia. Será cuestión de detalles, del rendimiento de las estrellas, de un tiro sobre la bocina, de un mal día, de un rebote clave, de una decisión errónea de los colegiados. La horquilla es tan pequeña que los aspirantes casi circulan en paralelo por una imaginaria autopista de 8 carriles. No me olvido de esos inesperados invitados a esta fiesta, como Ucrania y Finlandia, ambos con serias opciones de alcanzar los cruces. Escuadras potentes como Turquía o Rusia ya están en su casa. La ingente nómina de estrellas que no han acudido a Eslovenia ha igualado el nivel a lo bajo. Es verdad que la calidad del baloncesto en la primera fase, salvo el Italia – Grecia o el Eslovenia – Croacia, ha sido bastante pobre, pero el tremendo equilibrio augura una emoción brutal para estas próximas dos semanas.

     ¿Y España? Pues España ha perdido talento, consecuencia lógica sin el extraterrestre Pau, el marciano Navarro, el insustituible Ibaka… y Felipe Reyes, que algunos pensamos que precisamente en este campeonato hubiera sido un jugador capital para Juan Orenga. “Me arrepiento de no haber ido”, afirmó el monarca hace un par de días desde Buenos Aires. La madre que te parió, Felipe. A pesar de la evidente pérdida de calidad y peso específico, la Selección tiene serias opciones de colgarse al cuello una presea. Por eso es el momento de quitarnos el sombrero (siempre de copa) con este equipo, con estos jugadores, con este proyecto 100% ganador. Decir que ganador es el que gana lo firmaría Perogrullo. Para mí los ganadores son los que están siempre entre los mejores durante un período relativamente largo de tiempo. Echaremos mucho de menos a estos tíos porque continuar con este aluvión de éxitos es sencillamente imposible. España lleva una década arrasando. Gana y enamora, una combinación casi imposible. No, no es lo mismo ganar que ganar y enamorar, por mucho que los resultadistas impenitentes quieran vacunarnos a diario con la tesis contraria. No es lo mismo. Cuando era pequeñito, cuando caíamos siempre en cuartos (sí, en basket también), cuando nos agarrábamos siempre como excusa al atraco arbitral del anfitrión, cuando superar un cruce era más que el deber cumplido, cuando ocurría todo eso jamás pensé que iba a ver a mi equipo acojonar de verdad a los NBA en dos finales olímpicas. Ni jugar un excelso baloncesto en finales de Europeos o Mundiales. Ganar y enamorar, qué gran maravilla.
 
 

     En este Eurobasket España no ha enamorado ni parece que vaya a enamorar. Creo firmemente que podríamos jugar mejor porque con directores de orquesta como Ricky, Chacho o Calderón, o con actores talentosos como Rudy el espectáculo debería de estar garantizado. Pero Orenga ha optado por la defensa (sin correr demasiado luego) como doctrina innegociable para abrazarse al éxito. Soy optimista, estaremos otra vez entre los mejores. Como en 2006 (campeón del mundo), 2007 (subcampeón europeo), 2008 (plata olímpica), 2009 (campeón de Europa), 2011 (campeón de Europa) y 2012 (finalistas olímpicos). Sólo en el Mundial de Turquía 2010 bajamos hasta la sexta plaza, y todo sin Gasol y con un triple de 9 metros de Teodosic (¡maldito!) para caer en el cruce de cuartos. Una trayectoria sencillamente acojonante, no hay otra palabra que la defina mejor. Lograr el triplete en Eslovenia supondría igualar a la gran URSS y a la irrepetible Yugoslavia. Lo escribo y me sigo frotando los ojos. Ninguna potencia ha conseguido estar una década entre los mejores durante los últimos tiempos. Han ganado, han subido al podio o incluso han repetido éxito, pero Francia, Lituania, Grecia o Rusia no se han mantenido cada año entre los mejores. Por no hablar de Serbia, Croacia o incluso Italia, colosal hasta ahora en este Europeo pero desparecida del mapa del caviar durante años y años. Ganar y enamorar forma parte de nuestra historia, de nuestras vidas y de nuestras lágrimas de emoción. El baloncesto español ha destrozado a todos sus oponentes durante los últimos 8 años. Ahí seguimos. Para mí una medalla en Eslovenia ya supondría un éxito, así que el oro sería directamente como ese orgasmo inesperado que ya no eres capaz de olvidar aunque vivas 3 vidas seguidas. Por si acaso, estad preparados para no perdéroslo.
 
 

martes, 3 de septiembre de 2013

HIPOCRESÍA OLÍMPICA



     Amo el deporte. Amo los deportes. Todos, los que controlo y en los que patino y cada día trato de conocer más, mitad por interés, mitad por ese defecto indomable de querer aprender más y más. El deporte forma parte de mi vida, desde mucho antes de dedicarme al periodismo deportivo, espero que también mucho después de aparcar esta bendita profesión cuyo rumbo me golpea cada vez más el alma. Como amante irracional y empedernido de los deportes, me enamoran los Juegos Olímpicos, esa cita cuatrienal que paraliza el mundo y que convierte en héroes a deportistas archiconocidos, y también a los 99% anónimos durante la olimpiada, ese período entre unos Juegos y los siguientes. El sábado conoceremos si Madrid alberga los de 2020. Y llevo días pensando, leyendo, documentándome para escribir este artículo porque tengo muy claro que lo políticamente incorrecto ha de estar muy preparado. Sobre todo cuando la sombra de la hipocresía, la influencia e incluso la mentira amenaza al motor de una cita tan especial.

     Me encantaría disfrutar de unos Juegos Olímpicos en la ciudad que me vio nacer. Sería una emoción incontenible, una experiencia inolvidable e irrepetible, y ya ni os cuento si puedo vivirla como periodista, espinita y frustración que algún día espero sacudirme de las entrañas. Para mí los Juegos es lo más grande. Aún me río hablando con mi madre cuando recordamos las broncas que me echaba durante Barcelona 92 (con 13 años) porque ni siquiera me quitaba el pijama ni me despegaba del televisor durante días y días. Curiosas aquellas madrugadas en Pekín 2008 en las que ponía el despertador cada hora para ver alguna competición o simplemente escuchar  los boletines de la radio. Increíbles aquellas carambolas trabajo-dinero-vuelos para poder estar en Londres disfrutando de lo más grande que existe, el deporte. Sí, asistir a unos Juegos en la ciudad en la que vivo sería un sueño, sería maravilloso. Pero señoras y señores, esto que estoy escribiendo es perfectamente COMPATIBLE con asegurar que el cómo me ofrece muchísimas dudas, cada vez más.

     El camino a los Juegos es política. La política rara vez se lleva bien con el deporte. Bueno, realmente la política actual, por deméritos constantes de la inmensa mayoría de sus actores, ya no se lleva bien con nada ni con nadie. Madrid se ha embarcado desde hace más de una década en un proyecto olímpico que por el camino ha dejado un agujero económico gigante, pagos por informes del “amigo” Urdangarín, infraestructuras casi cerradas por defunción y revolcones de todo calado que al final terminan pagando los contribuyentes. Los que de verdad entienden de recovecos olímpicos y opinan sin ese forofismo que algunos se toman como una obligación, aseguran que lo más lógico es que Madrid fracase por tercera vez consecutiva. Es difícil acertar con un pronóstico, entre otras cosas porque hay electores que deciden su voto a última hora, lo cual es demencial, delirante y patético. Todo depende de los famosos lobbies de última hora, aunque algunos el único lobby que conocemos es el de algunos hoteles que te permiten conectarte a Internet.   
 
 

     Es asqueroso comprobar como políticos de medio pelo, escasa formación y menos vocación deportiva se abrazan a la expresión espíritu olímpico  como si fuera un suave osito de peluche ¿Qué coño es el espíritu olímpico? Quizás sea la continua tibieza contra el dopaje, o la cantidad de gente que sigue viviendo del cuento gracias a nuestros tres intentos olímpicos, o la enorme posibilidad de negocio privado que supone albergar unos Juegos, o simplemente la megalomanía incontrolable de ciertos políticos que cada mañana se miran al espejo y ven la imagen de un superhéroe. Qué fácil es utilizar la expresión espíritu olímpico y que difícil es encontrar a alguien fuera del deporte que sepa realmente lo que significa.

     Los políticos (y aquí incluyo a la mayoría de presidentes federativos, muchos de ellos con trayectorias sospechosas o directamente corruptas  en su gestión) y su poderoso ejército mediático nos tratan de meter en vena que los Juegos Olímpicos serían lo mejor que le puede pasar a Madrid y a España. Que dejaran dinero y dinero, que crearán empleo y empleo, que alimentarán sueños y sueños, que generarán valores y valores. Pero tú, amante del deporte como yo, seguramente no habrás leído ni escuchado que la historia de los Juegos Olímpicos demuestra que han costado de media un 179% más de lo presupuestado, que lo que se necesita para construir infraestructuras se quita del deporte de base y de partidas sociales, que se invierte más de lo que se consume, que siempre aumenta la deuda pública… y que todos esos costes de más terminan siempre influyendo en el ya bastante dañado bolsillo del ciudadano. El mismo dinero que se utiliza para recibir con todo tipo de lujos a los comisionados que votan, alérgicos al menú del día o los hoteles de 4 estrellas. Gane o pierda este sábado, la candidatura Madrid 2020, como antes 2016 y 2012, se han gastado exageradas cantidades de dinero. ¿Cuánto? Algún día lo sabremos seguro… y probablemente nos desmayemos del susto. Que nadie nos intente convencer de que con tan pingües cantidades, nadie se ha visto beneficiado en sus negocios personales y en sus cuentas bancarias. Los mundos de Yupi nos quedan a todos muy atrás. (Os recomiendo la lectura de este brillante artículo de María Cappa).
 
 
     La realidad del deporte español es que la situación tiende a un notable descenso de las medallas y diplomas en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016. Eso siempre es una consecuencia de, y ahora también. Mientras rozan el orgasmo algunos de los que defienden las interminables bondades de un Madrid olímpico, muchos atletas de élite aún no han cobrado sus becas prometidas y ganadas con esfuerzo en competición. Mientras Ana Botella habla de la maravilla de los Juegos, miles de chavales ya no pueden hacer deporte en las escuelas o polideportivos municipales de Madrid porque se ha convertido en un artículo de lujo. Mientras Alejandro Blanco se emociona con “sus” Juegos, piragüistas españoles campeones olímpicos se pagan sus viajes y los de su equipo de trabajo para poder competir y representar a España. (Fantástico este reportaje de Mariano Galindo). Qué rabia da comprobar como los políticos piden la ayuda de deportistas de los que sólo se acuerdan para hacerse la foto. Siempre con una sonrisa, la falsa sonrisa de amor por el deporte, la verdadera sonrisa de amor por el poder y el dinero. En las altas instancias de poder se consigue incluso que Ruiz Gallardón (Alberto) le convenza a Pérez (Florentino) para que su equipo de baloncesto utilice la Caja Mágica, en claro perjuicio (a los hechos me remito) para los hinchas del Real Madrid, los mismos que con su pasión habitual estarían en las gradas animando a España en 2020. La gran hipocresía. La gran falacia. La gran mentira.

     Adoro el deporte. Y los Juegos Olímpicos. Hasta vivo enfrente de La Peineta, casualidades (o no) de la vida. Pero censuro sin adornos a los que me tratan de convencer continuamente que si estás ligado al deporte tienes que apoyar de manera incondicional la candidatura de Madrid. Que sean los políticos los encargados de  vender el deporte es llegar a la cima del surrealismo y papanatismo. El periodista no está para “forofear”, está para tratar de informar con datos y decir lo que piensa, algo cada vez más difícil. El periodista también está para dar difusión a los deportistas más desconocidos o para contarle a la gente preciosas historias de olimpismo, como hace con brillantez mi amigo Alberto González, Pipe en su Planeta Olímpico de Radio Marca. Pero el periodista no está para abrazarse con emoción a los Blanco, Botella, Gallardón y compañía, actores principales del lobby y la política, actores penosos en el desarrollo del deporte, de los deportistas, de los niños que quieren hacer deporte. Ya está bien de hipocresía, de mentiras y de vender una moto de alta cilindrada a un ciudadano que al final, como siempre, saldrá perjudicado. A estas alturas de la función, lo único que tengo claro es que si mi hijo/a no se quita el pijama durante el mes de agosto de 2020 no le echaré la bronca. Sean los Juegos en Madrid, en Tokio o en Estambul.