Hace poco menos de un año este
que escribe caminaba sin prisa y sin reloj por el parque Izmailovski de Moscú.
De charla y risas con mi inmejorable compañía, disfrutando de unas vacaciones
inolvidables. Hasta nosotros llegaba el griterío inconfundible de un grupo de
niños jugando un partido de fútbol. Fijé mi mirada en uno de ellos, un
“rubiajo” con cara de susto que no intervenía mucho en el desarrollo del juego.
Me acerqué a él para preguntarle por qué lucía esa preciosa camiseta. La
comunicación fue difícil, él no hablaba ni pizca de inglés y yo no hablo ni
“papa” de ruso. Pero no hizo falta mucho diálogo, su “Españaaaaaaaaaa, Iniestaaaaaaaaaa” me dejó
inmensamente tranquilo, feliz, orgulloso.
Aquel niño ruso se compró una camiseta de la Selección Española. Quizás se la pidió a sus padres, quizás ni siquiera era verdadera, pero eso es lo de menos. El muchacho la lucía con devoción. Como cientos de niños en diferentes lugares del mundo. Para todos ellos esa zamarra es un tesoro porque es la camiseta de los mejores, de los que han ganado dos Eurocopas y un Mundial, de los que habitualmente enamoran al público con su manera de jugar al fútbol. Esos niños ni se paran a pensar que esta Selección pueda ser la mejor escuadra de la historia, pero para ellos esos futbolistas son simplemente los mejores.
Yo mismo me enfundo la casaca de
España siempre que abordamos un partido importante. Siempre lo he hecho, ahora
que ganamos y también cuando llorábamos un minuto después del choque de cuartos
de final. Me rebelo contra aquellos que defienden que ponerse la camiseta de tu
país es una “paletada”. Muchas veces son los mismos que se visten las elásticas
de Italia, Brasil o Alemania, actitud para ellos de modernidad, progreso y
vanguardismo. Por mi parte me siento muy orgulloso de ser un “paleto”. Quizás
ya sólo desde el “paletismo” se pueda disfrutar del fútbol de siempre. A lo que
iba. Que multitud de chavales luzcan la camiseta de la Selección Española de
fútbol a lo largo y ancho de todo el planeta es un acontecimiento histórico, la
clara muestra de que esta generación está haciendo historia, protagonizando una
película que dentro de no mucho será una escapatoria para digerir las derrotas
que seguro llegarán otra vez.
Estamos muy cerca de una final
Brasil – España en Maracaná. Con prudencia, sin soberbia, como se encarga de
recordar siempre nuestro comandante Vicente del Bosque. No es el Mundial, pero
sería un Brasil – España en Maracaná, uno de los grandes templos futbolísticos
del mundo. Y aunque parezca un sueño, una ficción, un alucine, una locura, en
esa hipotética final nosotros seríamos los buenos, los admirados por millones
de terceros imparciales que verán el choque a través de la televisión. Los
rojos tratarán de crear fútbol, la “verdeamarelha” querrá contener y aprovechar
su pegada arriba. Si alcanzamos la final de la Copa Confederaciones asistiremos
a un guión impensable hace unos años. Jugamos como jugó la gran Brasil y somos
el modelo para la Italia que siempre nos ganaba. Impensable. Ganaremos o perderemos, pero poder
exhibir esa etiqueta de magia y de buen
fútbol no tiene precio. Es y será impagable.
Mientras decenas de niños
brasileños visten con ilusión la zamarra de nuestra Selección antes que la de
su país, la España de los clubes, de las fobias y de los insoportables
extremismos seguirá escupiendo bilis y deseando el resbalón de una generación
de actores irrepetible. Siempre digo que afortunadamente para los que vibramos
con este equipo, los insaciables resultadistas ni siquiera se pueden abrazar a
los datos para orinar encima de esta Selección. Un equipo representado por la
magia de Iniesta, la raza de Ramos, las paradas de Iker, el timón de Xavi, los
números de Torres, el oficio de Arbeloa, el duende de Fábregas el ilusionismo
de Silva o la elegancia y excelente gestión de Vicente del Bosque. Qué más da
que jueguen en el Barça, en el Madrid, en el Mirandés o en la Balompédica
Conquense. Se juntan para hacernos inmensamente felices. Fidelidad eterna a
esta gente que ha sido capaz de convencer a un niño ruso para que se enfunde la
camiseta de España.