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lunes, 18 de febrero de 2013

FROM LA LAGUNA

     Conocí a Sergio Rodríguez hace 9 años. En junio de 2004 el Estudiantes se coló en la final de la Liga ACB. Una final inolvidable que los colegiales alargaron hasta el quinto partido tras dos choques en los que el Palacio Vistalegre entró en ebullición. El Barça salió campeón en el asalto final, con Pepu Hernández y Svetislav Pesic en los banquillos. En esa cita debutó Sergio Rodríguez, que disputó los últimos 26 segundos. Anotó un canastón. Su primer canastón como jugador de élite. El DNI del “Chacho” indicaba 18 añitos recién cumplidos.
     Han transcurrido ya 9 años desde aquel primer partido, desde aquella primera cesta. Casi una década en la que Sergio ha perdido pelo, ha ganado dinero, ha aprendido un idioma, ha viajado en avión centenares de veces y ha madurado hasta convertirse en un grandioso jugador de baloncesto. 4 temporadas en la NBA con 3 franquicias diferentes (Portland, Sacramento y Nueva York) en las que la irregularidad se adueñó de su trayectoria. Algunos siempre pensamos que el canario hizo demasiado pronto las “Américas”, pero él siempre ha mantenido que fueron 4 años fantásticos, vitales para su carrera deportiva.
      Sergio Rodríguez es buenísimo. Y su gran virtud es demostrarlo desde su etiqueta de “especial”. Porque el “Chacho” no es un jugador cualquiera. Necesita exhibir su talento, que para él es simplemente su manera natural de jugar al basket. Así jugaba de pequeño en Tenerife, así juega ahora, así jugará con sus nietos dentro de muchos años. Es un jugador de calle. Con su show, con sus fintas, con su manejo sazonado de dosis de birlibirloque, con sus “alley-oops”, con sus riesgos, con su diversión, con sus carreras… con su innato y enorme talento para jugar al baloncesto. Porque tengo muy claro que el base canario ha nacido para tener entre sus manos una pelota grande.


     A sus 26 años Sergio ha alcanzado un nivel de madurez elogiable. Sus rituales pre partido son hipnotizantes, siempre fijo la mirada en las decenas de tiros que realiza dos horas antes de cada partido con la inestimable ayuda de Juan Trapero, preparador físico (un tipo espectacular) del Real Madrid. Lanza, lanza y vuelve a lanzar. Una y otra vez. Desde todas las posiciones. Y “enchufa” mucho. Porque el “Chacho” ha mejorado una bestialidad su tiro desde el perímetro hasta convertirse en un triplista realmente fiable. Su talento es innato (¡qué envidia!). Sin embargo, su mejoría en los porcentajes esconde un trabajo descomunal y unas enormes ganas de progresar, de ser importante, de marcar las diferencias. El Sergio Rodríguez que estamos viendo desde los playoffs 2012 es sencillamente colosal, en muchos momentos imparable. Y en muchas ocasiones sin tener muchos minutos en la cancha, lo cual le da más valor a sus actuaciones. Ayer mismo nos brindó una majestuosa exhibición de generosidad. Repartió 14 asistencias (¡9 en el primer cuarto) en tan sólo 22 minutos. Genial. 
     9 años dan para convertir una cara de muchacho revoltoso en una barba de náufrago. La típica barba que una madre te ruega todos los días que te afeites, la típica barba que se convierte en una superstición innegociable. El “Chacho” ha mejorado su excelso baloncesto y ha endurecido su apariencia física. También ha cambiado la relación que este humilde periodista mantenía con él. De tener un vínculo muy especial hemos pasado a una convivencia fría y distante. Sucede a veces cuando uno ejerce de periodista y otro de deportista de élite. Ojalá aún sea posible mantener esa conversación que tenemos pendiente. En cualquier caso, seguiré disfrutando de las actuaciones inefables de Sergio, un pequeño gran jugador de baloncesto que nos deleita a todos “from La Laguna”. Así lo cuento siempre en las narraciones de Onda Madrid, en un modesto guiño a mi compañera Margot, nacida en la misma tierra que el “Chacho”. Porque Sergio Rodríguez exhibe en cada cita su baloncesto de calle. El baloncesto de toda la vida.

lunes, 11 de febrero de 2013

MALEDUCADOS, PALETOS Y BASKETMANIACOS


                 
     Nuestras vidas serían mejores si fuéramos capaces de respetar los sentimientos y las creencias de los demás. Hemos alcanzado un punto de extremismo en la sociedad que agudiza la exaltación de lo nuestro (saludable en muchas ocasiones), pero también la intolerancia con lo de los demás (indefendible). El respeto por los demás es sagrado, innegociable. Nuestra libertad de expresión finaliza cuando faltamos el respeto a otras personas.
   
     Muchos estaréis pensando a cuento de qué viene está parrafada. El origen está en un partido de baloncesto, la Final de la Copa del Rey disputada ayer en Vitoria entre el Barcelona y el Valencia. Los que estuvimos presentes en el Buesa Arena tuvimos que asistir a otra exhibición de mala educación absolutamente vergonzante. Entiendo (soy un español más) los abucheos o silbidos a Su Majestad el Rey o al Ministro de Educación José Ignacio Wert. El pueblo tiene derecho a expresar su descontento, rabia y censura hacia las actuaciones de los miembros de la Monarquía o los representantes del Gobierno de turno, sólo faltaba. Y mucho más en los tiempos que corren, en los que el ciudadano está siendo maltratado, humillado y hasta orinado por decenas de cargos públicos. Una desaprobación hecha desde el respeto dice mucho de la persona que la lleva a cabo. Si encima la aliña con una dosis de humor (“Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña”, atronaba ayer el pabellón vitoriano) sólo puedo quitarme el sombrero (yo uso uno de copa) ante esos actores del inconformismo.
      
     Pero no todo vale. Abuchear un himno es intolerable. Y además es una paletada o paletería, ambas palabras aceptadas por la Real Academia de la Lengua. Porque la palabra “paleto”, a pesar de que muchos la han querido utilizar para atizar a la bendita gente de los pueblos, hay que atribuirla a la personas que no saben respetar los cánones sociales. Por ejemplo: Madrid, la ciudad en la que vivo y en la que nací, está repleta de paletos. Y Barcelona. Y Valencia. Y Sevilla. Y cualquier gran ciudad. Pero paletos para regalar, irrespetuosos hasta el agotamiento, tontos por doquier. Pues eso, estábamos en que silbar y abroncar la interpretación es una inmensa paletada.
     
     Nadie puede obligar a sentir un himno. Ni el español, ni el catalán, ni el alemán, ni el gabonés, ni el neozelandés, ni el del barrio de Carabanchel. Ni siquiera el precioso himno que sonaba en el pueblo de mi madre para clausurar las desaparecidas fiestas patronales. Pero los himnos hay que respetarlos porque de esa manera respetamos los sentimientos de los demás. Esos sentimientos son sagrados. Siento asco cuando acudo a un partido de fútbol entre España y Francia y un grupo de hinchas de la Selección silban La Marsellesa. Un orgasmo “paleteril” asqueroso. Entiendo que alguien pueda extender una bandera independentista durante la interpretación del himno, pero jamás aprobaré que se “vomite” sobre los sentimientos de las personas, sean cuales sean. Ayer volvió a ocurrir. En Vitoria, donde se vieron banderas de apoyo a los presos de ETA en un escenario que lleva el nombre de un hombre asesinado por la banda terrorista.




     Tanto hablar de maleducados y paletos me está costando que el humeante café que tengo entre mis manos me esté cayendo mal en el estómago. Así que voy a finalizar este artículo hablando de basketmaniacos. Siempre he defendido que todo lo que rodea al baloncesto es más sano, más normal, más bello que el entorno de otros deportes con más seguimiento, como el fútbol. Pero me duele comprobar que de un tiempo a esta parte (ocurre también en las Copas del Rey de basket) se están colando elementos “futboleros”, sobre todo en las gradas. La rivalidad es estupenda, divertida y necesaria, pero el comportamiento de algunos hinchas con los aficionados del Real Madrid roza la vejación. Ayer sentí rabia cuando una minoría abucheó a unos niños de 13 y 14 años simplemente por vestir los colores del conjunto blanco. Los campeones de la MiniCopa, sean del equipo que sean, merecen el cariño, el calor y el aplauso de un pabellón volcado con el baloncesto. Lo otro es insensible, patético y lamentable. Por eso me agradó comprobar que centenares de basketmaniacos, pertrechados con símbolos del Baskonia, del Valencia, del Gran Canaria, del Bilbao Basket, y hasta del Estudiantes y del Barcelona, se pusieron en pie para arropar a los chavales y contrarrestar el papanatismo de los que poseen superávit de tontería. Larga vida a estos basketmaniacos.

     PD. Yo estuve allí y tengo la certeza y la convicción de que la gran pitada no fue para los chavales, sino para el Ministro Wert. Estoy seguro.

martes, 5 de febrero de 2013

UNA COPA QUE ME AGITA LAS ENTRAÑAS


     Año 2003. Ahí fue cuando empezó mi idilio con la Copa del Rey de baloncesto. Sí, hace ya una década tuve el privilegio de cubrir por primera vez como periodista un evento incomparable. Por eso utilizo la palabra “idilio”. Antes había asistido y visto muchos torneos como espectador, pero la inyección de adrenalina que supone trabajar en lo que te enamora no tiene parangón. Hacer una Copa del Rey para la radio supone un subidón incontrolable. Pasión pura, felicidad. Incluso mi amigo Rafa Muntión, de Radio Vitoria, que ya hacía Copas cuando no había nacido ni Querejeta, siente una gran alegría cada vez que llega el mes de febrero.
      Aquella Copa de 2003 se celebró en Valencia. Recuerdo que Real Madrid y Estudiantes cayeron a las primeras de cambio, lo cual para un locutor que trabaja en una radio de Madrid es una pésima noticia. Me llevé una gran decepción por no poder transmitir emociones a nuestros oyentes merengues y colegiales. Pero ya entonces conecté con la magia inefable de una competición espectacular, inigualable. Disfrutas de partidazos, compartes días (y noches) con 8 aficiones entregadas al basket (y a la noche), conoces a compañeros que luego se convierten en amigos, alimentas tu pequeño gran cajón de historias periodísticas, recibes el cariño de todos los empleados de la ACB y hasta te reencuentras con personas que aprecias pero que sólo ves una vez al año. Así ha sido durante la última década en Valencia, Sevilla, Zaragoza, Madrid, Málaga, Vitoria, Madrid, Bilbao, Madrid y Barcelona. Así será esta semana en Gasteiz, una de las ciudades más hermosas de España.

      
     10 años dan para mucho. He ido a la Copa sólo, 5 días trabajando a destajo con ese cansancio que se convierte en medicina y que no te permite parar. He ido a la Copa como miembro de un equipo amplio de profesionales, cuando mi “padre” José Luis Poblador preparaba un despliegue completo que, por cierto, le salía gratis a los madrileños, ya que los gastos se cubrían con el apoyo de unos patrocinadores a los que estaré agradecido eternamente. Cuando vas en grupo la Copa no son unos cuantos partidos. La Copa se convierte en viajes largos, reuniones, programas especiales, prisas, gestiones imposibles, risas, desayunos de amistad, comidas deliciosas (no sólo por las viandas, que también), balances… y casi siempre la satisfacción del trabajo bien hecho (aunque mejorable, ¡eh!). Esta vez me toca ir a Vitoria con la única compañía de Ángel Silgo (gran técnico de sonido y gran tipo), pero os tengo que reconocer que ya echo de menos a Nacho Serrano, Poblador y Rosa Vara de Rey, con los que tantas aventuras he compartido durante los últimos años. Sin ellos, esta copa sabrá más amarga.
      Los que me conocen saben que soy algo mitómano respecto a los recintos históricos del mundo del deporte, ya sean estadios de fútbol o pabellones de baloncesto. Cada viaje tiene el aliciente de conocer un escenario nuevo o quizás repetir en aquel pabellón en el que disfrutaste como un “enano” haciendo radio, o en el que fuiste increpado desde la grada, o en el que asististe a una atmósfera de basket espectacular, o quizás en el que presenciaste una actuación estelar de aquel jugador irrepetible. Siempre que termino una transmisión, sea donde sea, me acerco al parqué y desde allí levantó la vista a la grada mientras pienso: “Disfrútalo, Blas, porque puede que sea la última vez que vengas aquí con un micrófono”. Así lo he hecho muchas veces en el Buesa Arena, el lugar que va albergar desde este jueves la Copa del Rey 2013. Así lo haré el próximo domingo a las 22 horas.
      Mi undécima Copa del Rey de baloncesto arranca con este texto plagado de emociones que he querido compartir con vosotros. Aquí no hablo de canastas, ni de jugadores, ni de éxitos, ni de decepciones, ni de defensas, ni de triples, ni de mates, ni de tapones. Aquí comparto emociones. Siempre me ha gustado que el corazón tenga galones en las letras, mucho más ahora que mi estado profesional (para mí el trabajo es una pasión, por lo que ocupa un lugar privilegiado en mi vida) anhela compañías, amistades y recuerdos. Os pido a todos que disfrutéis de esta Copa con pasión, con superávit de intensidad. Y sí os apetece, os espero en la radio, un lugar en el que trabaja a destajo la fábrica de los sueños. Porque 11 años después, la Copa me sigue agitando las entrañas.